Los días previos al concierto transcurren con normalidad. Los tres sabemos que el día se acerca pero no lo comentamos entre nosotros. Sólo se aprecian pequeños movimientos: primero, a finales de noviembre, cuando mi madre y yo compramos las entradas, recibimos un resguardo de la compra en el correo electrónico. Después le reenviamos a mi padre el resguardo para que lo imprimiera. Mi padre, muy obediente, lo imprimió y lo dejó en la mesa del comedor a principios de diciembre. Parecía una carrera de relevos, sólo que en lugar de cuatro eramos tres, ah, y que, además, somos de todo menos atletas. Y, por último, a finales de diciembre, mi madre cogió el testigo y fue al cajero automático a imprimir las entradas. Al llegar a casa las dejó en el salón. Del salón tendrán que pasar a la nevera, pensé, y entonces quedarán menos de veinticuatro horas para la meta. Y, tachan, esta mañana cuando he ido a coger la leche de la nevera para echársela a mis cereales, ahí estaban.
La primera vez que le vi tendría como seis o siete años y a lo largo de mi corta, cortísima vida le he visto ya unas cuantas veces. Mis padres siempre me han llevado a ver, y a hacer, cosas de mayores. Y yo siempre hacía como que no me gustaba, siempre me quejaba y les decía: "veis, siempre soy la única niña, vaya rollo" y en el fondo pensaba "como mola estar en el Círculo de Bellas Artes un sábado por la noche para verle a él, a Amancio Prada, o pasar un domingo viendo cuadros de Sorolla, o ver una peli para mayores un viernes". Eso sí, siempre en la primera sesión y siempre en versión original. Sí, esta costumbre también la he heredado. Lo malo es que ahora ya no soy la más pequeña, siempre hay alguna niña que me quita el puesto en los conciertos, en los museos y en el cine.
Círculo de Bellas Artes. Madrid |
Teatro Principal. Zamora |
Esta noche cruzaré los dedos para que mañana cuente muchas anécdotas y nos tenga allí hasta las tantas de la madrugada.
Ermita de la Anunciada. Urueña |
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