lunes, 16 de abril de 2012

Lunes de aguas

Quién me iba a decir a mí que la frase “Hoy no hay clase, es festivo” iba a dejarme desorientada durante toda una tarde. 


Después de unas vacaciones más largas de lo habitual, hoy he vuelto a Salamanca. La vuelta ha sido como todas las que he hecho en estos meses: dos horas de tren que han transcurrido con normalidad, inmersa en la lectura de un libro. Aunque, a decir verdad, los últimos veinte minutos me he dormido tan profundamente que hasta he llegado a soñar. He soñado que estaba haciendo ese mismo viaje pero en dirección contraria y, al abrir los ojos y ver que llegábamos a la estación de Salamanca, me he llevado un pequeño disgusto. He intentado no dejarme llevar por sentimentalismos absurdos y la situación ha quedado controlada en cuestión de minutos. Lo extraño ha comenzado cuando he cogido el autobús que me lleva desde la estación de tren hasta una calle paralela a mi casa (aunque en el bus todo era lo habitual: adolescentes y niños con sus madres que salían del colegio), en la calle parecía haber un tráfico diferente y los pocos peatones que se veían eran hordas de jóvenes cargados con bolsas de plástico que, sin duda alguna, contenían lo necesario para hacer botellón. No he podido evitar escuchar la conversación que mantenía por teléfono una de las chicas que se bajó del tren conmigo, hablaba con una amiga pero no parecían estar quedando para ir a clase sino para comprar alcohol “en el único supermercado abierto hoy por la tarde” y reunirse con los demás en el río. Mientras la escuchaba se elevaba mi ceja izquierda, la del mosqueo, y a la vez leía en un cartel pegado en la puerta de un banco un aviso a sus clientes de que hoy “Lunes de aguas” cerrarían una hora antes de lo habitual. He llegado a casa, he desempaquetado y he preparado la mochila para ir a la facultad cuando una compañera de clase me ha llamado para decirme “Hoy no hay clase, es festivo”. Me he pasado una hora con cara de póquer en mi habitación, otra deambulando por la ciudad pero con la misma cara, veinte minutos en el supermercado evitando los pasillos de dulces y creo que me pasaré lo que queda de día haciendo cosas de clase.

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