miércoles, 20 de julio de 2016

El mundo que yo no viva




He dedicado los últimos cinco años de mi vida a obtener un título universitario. El primer curso lo hice en la Universidad de Salamanca y los otros cuatro en la Universidad Autónoma de Madrid.
He cursado cuarenta asignaturas. Me han dado clase treinta y dos profesores, nueve en Salamanca y veintitrés en la Autónoma. En mi modesta opinión, de todos ellos solo saben enseñar dieciocho. Pero buenos de verdad son solo once. De los veintiuno restantes he aprendido poco. Si acaso, a tener paciencia y a tomarme sus clases y sus exámenes como un mero trámite más de los que hay que salvar ya que solo sirven para aborregarte un poquito y prepararte para balar en una oficina, delante de la televisión o al otro lado de las urnas.
Las matrículas de estos cinco años en la universidad pública han superado los seis mil euros, sin contar con lo que costaron las convalidaciones y los trámites del traslado de expediente.
Las conclusiones que he sacado son: primero, que el sistema educativo hay que cambiarlo por completo, y no me refiero a destruirlo, que eso ya lo están haciendo ahora los liberales. Segundo, que les agradezco a mis padres haberme enseñado y descubierto todo, fundamentalmente a pensar por mí misma y a que me importara más bien poco lo que pensaran los demás y, tercero, que los más de seis mil euros valen lo que he aprendido de esos buenos profesores y, sobre todo, bien valen la amistad de cinco chicas que he conocido en cada uno de estos cinco años.
Aquí estoy otra vez, graduada y pensando cómo puñetas se pasa el tiempo tan deprisa. Este blog está totalmente abandonado, llevo sin escribir nada más de tres años y muchas de las personas que lo seguían y comentaban, aunque fuera anónimamente, tampoco conservan los suyos. No sé quién me leerá, pero sí sé por qué escribo.