lunes, 21 de febrero de 2011

Yo NO he sido

A/A de todos los lectores de este blog, a Javier Marías y a la gente con déficit de atención en general;

Me veo en la obligación de escribir esta entrada para que en el futuro no haya más confusión sobre mi participación en el desafortunado incidente ocurrido en la noche del pasado sábado en Riga. Que sirva este documento para desmentir mi implicación directa o indirecta en éste y en cualquier otro incidente de características similares que pudiera llegar a darse en el futuro. 
El texto publicado en este blog el pasado sábado 12 de febrero no tiene ninguna relación con este terrible suceso y no es prueba suficiente como para acusarme, ya que se trata de una mera casualidad.
Este blog condena públicamente lo sucedido, lo lamenta profundamente y ruega a Dios todopoderoso para que no vuelva a suceder.

Aprovecho también para tranquilizar a mis lectores. Queridos amigos: sólo me han citado en los tribunales de Riga para tomarme declaración y estaré de vuelta con vosotros en menos de veinticuatro horas.

Y para que conste y sirva de notificación, y su publicación en el BOLETÍN OFICIAL DE LA COMUNIDAD DE MADRID, expido el presente, a 21 de febrero de 2011. —Rubricado ilegible.

domingo, 20 de febrero de 2011

Up


sábado, 19 de febrero de 2011

A la orilla de la chimenea

Cuando el día amanece tonto


Me quedo en casa



¿Qué iba a hacer?

viernes, 18 de febrero de 2011

Love Sick


I’m walking through streets that are dead
Walking, walking with you in my head
My feet are so tired, my brain is so wired
And the clouds are weeping
 

 Did I hear someone tell a lie?
Did I hear someone’s distant cry?
I spoke like a child; you destroyed me with a smile
While I was sleeping


  I’m sick of love but I’m in the thick of it
This kind of love I’m so sick of it

miércoles, 16 de febrero de 2011

Los datos empíricos

No tenía grandes expectativas para el fin de semana. Lo malo que tiene haber hecho cosas geniales el fin de semana anterior es que, por mucho que lo intente, el fin de semana próximo no tiene nada que hacer; está predestinado a ser un fin de semana de pacotilla. ¿Qué sentido tiene escribir una entrada en el blog sobre un fin de semana mediocre? ¿De qué se habla cuando no pasa nada? No tengo ni idea, la verdad. Sólo se me ocurre empezar por el principio. 

Era sábado por la mañana. Estaba en la cama, recién despierta pero más bien dormida. La persiana hasta abajo y la puerta cerrada para que no entre ni un sólo ruido, para que no se cuele la luz. Pipipipipi... Y el despertador venga a sonar ¡Qué pereza! Sólo tengo una cosa que hacer: estudiar. Y es lo último que me apetece hacer. Quiero subir a la montaña otra vez. Quiero sentir frío en las manos, escuchar el tintineo de los mosquetones al moverme, colgarme de una cuerda, andar y subir y parar y seguir y llegar, llegar y parar y que me tiemblen un poco las piernas del cansancio. Y bajar y andar y seguir y pensar en la ducha calentita que me voy a dar al llegar a casa. Y en su lugar lo que me espera son dos traducciones: un fragmento de los discursos de Lisias y un fragmento de no sé qué de Julio César, el Gótico y el Renacimiento y, para acabar, el plato fuerte, Hume, Kant, Rousseau, Marx y la madre que los parió.

No sé muy bien cómo pero al final me levanté. Y no sólo me levanté el sábado, sino que el domingo también, ¡qué remedio! Me consuelo pensando que va a ser el último año y que las montañas no se van a ir. Que van a esperarme para siempre. Eso me reconforta. Me gusta que me esperen para siempre. Pocas cosas te esperan tanto, así que, para que nunca se me olvide, me he hecho una lista de las cosas pacientes. Mis cosas pacientes son las montañas y las películas. Siempre voy a ambas como el que va por primera vez, incluso cuando son viejas conocidas voy con el mismo entusiasmo y el mismo respeto. Y ellas me devuelven el gesto, me guiñan el ojo y me hacen ver y sentir cosas que no había visto antes.


Ese fue mi fin de semana. Horas y horas con las traducciones, las características y los contextos intercaladas con viejas conocidas. Para compensar una cosa con la otra nada mejor que acudir al mejor, al maestro, a Billy Wilder. Esta vez las viejas conocidas fueron: The Fortune Cookie y Avanti! que en este país se llaman: En bandeja de plata y ¿Qué ocurrió entre tu padre y mi madre? Vaya usted a saber por qué.

sábado, 12 de febrero de 2011

Contaminación en la sala 2

Se me ocurren pocas cosas mejores que hacer un viernes por la tarde que ir al cine a ver una película. Bueno, en realidad, no sólo los viernes por la tarde, podría valer para cualquier día de la semana. Pero las obligaciones son lo primero, ya se sabe. Así que ayer me fui al cine a ver Valor de ley, la nueva de los Coen. 


A mí lo que más me gusta es ir al cine entre semana, a la primera sesión y cuando la película ya lleva días estrenada. Ir a la taquilla en la plaza de los cubos, pedir una entrada para una película de la que me gusta saber lo menos posible, que me hagan el descuento por ser jovencísima y tener la sala prácticamente para mi sola, eso es lo que más me gusta. Hace unos años me causaba perplejidad la gente que iba sola al cine, me parecía algo imposible de hacer. Pensaba: ¡¿Dios santo ir a la taquilla y decir una entrada?! ¡Qué horror! Ahora es lo que más me gusta y como tengo tantas manías como una octogenaria es lo mejor que puedo hacer. Me gusta llegar antes de que apagen la luz, ver los trailers y escuchar la sintonía de la productora. No soporto que la gente se ría demasiado alto. ¿Es que no se dan cuenta de que los demás vamos al cine para ver una película no para que nos demuestren que las cogen al vuelo? Si comentan la película me dan unas ganas de ahogarlos con mis propias manos que no sé yo si algún día no podré aguantarmelas y la haré una masacre. Hay algunas personas que hagan lo que hagan lo hacen demasiado alto. Sí, sí, es posible reírse demasiado alto, hasta es posible comer palomitas demasiado alto. La gente que aplaude al final de la película me pone tan nerviosa como los que aplauden al aterrizar un vuelo. Y a la salida del cine me gusta no comentar demasiado la peli, ¿tan raro es eso? Degustarla en silencio es mucho más placentero. A menos que la película sea un truño, en ese caso no me molesta decirlo. Creo que la importancia de todo lo anterior disminuye en función de lo mala que sea la película. 

Ayer todo fue al revés: un estreno, un viernes, sin descuento,  la sala estaba llena y, encima, entre ellos se encontraba Almodóvar... Al señor que tenía al lado incluso le sonó el móvil a mitad de la película. Y a pesar de todo disfruté de la película como una enana. Claro que es estupenda y, encima, sale mi Matt...

Hubo un poco de caos a la hora de entrar en la sala. Por un lado se les rompió una máquina  y eso provocó que la película empezara quince minutos más tarde de la hora prevista. Y por otro, al ser un cine pequeñito había que dejar salir a los de la sesión anterior antes de entrar. Cuando aún estábamos en la calle uno de los trabajadores del cine nos avisó con quince minutos de antelación del retraso que iba a sufrir la proyección. Y, a pesar de eso, la gente empezó a quejarse diciendo cosas como "esto es increíble", "la organización es inaceptable", "que salga el encargado", etc. Así funciona la cosa, el otro día Gallardón sale diciendo que tenemos un aire limpio en Madrid y nosotros linchamos al vendedor de palomitas. Viendo como se pone la gente preferir estar sólo en la sala me parece poco.

jueves, 10 de febrero de 2011

La libertad de las cimas

Primer paso: Federarse



Tercer paso: Equiparse


Cuarto paso: Aprender


Quinto paso: Practicar


Sexto paso: Disfrutar

miércoles, 9 de febrero de 2011

Lápiz-tuitaria

Me gusta estrenar un cacao, me gusta conservar el botecito cuando lo acabo, me gusta el olor que tiene cuando le da el sol. Me gusta escribir con lápiz más que con ningún bolígrafo. Los lápices requieren más atenciones pero su mina dura más que la tinta de los bolis. Recién afilado es muy delicado y hace un trazo esbelto, según lo vas usando la punta se va redondeando y, el trazo, se hacer más grueso y, entonces, viene lo mejor: sacarle punta. El olorcillo que desprende la madera es embriagador. Sin olvidar, por supuesto, que con el lápiz siempre puedes rectificar. Vamos que el lápiz es el mejor invento del mundo, después del lavavajillas y la thermomix, claro.


El olfato es un sentido fascinante.  Es el sentido encargado de detectar y procesar los olores. Y yo siempre me he preguntado cómo un olor nos puede hacer sentir y recordar tantas cosas. Y, por suerte para vosotros, que sé que no ibais a dormir tranquilos, ya tengo la respuesta. Al parecer en una parte de este proceso la información llega al sistema límbico y al hipotálamo que son regiones responsables de las emociones, sentimientos, instintos e impulsos y es donde también se almacenan los contenidos de la memoria y se regula la liberación de hormonas.


¿Tendrá  alguna explicación científica el hecho de que lleve no sé cuántos años usando la misma colonia? No lo sé. Lo que sí tiene nombre es el hecho de que lleve todos estos años guardando los frascos: síndrome de Diógenes. Que, por cierto, pobre hombre, si levantara la cabeza y viera para lo que utilizamos su nombre se removería dentro de su barril.


Ah, y también he encontrado el motivo por el que algunas personas no se dan cuenta de que deberían pasar más a menudo por la ducha. Al parecer "las células olfatorias llegan a fatigarse: tras un largo periodo percibiendo una misma sustancia, dejan de emitir impulsos nerviosos respecto a ella, pero siguen detectando todos los demás olores."

martes, 8 de febrero de 2011

Goyas y porras

Hace tres años por estas fechas invité a mis amigos a cenar a mi casa para ver los Goya. Nada glamouroso, sólo nosotros seis plantados delante del televisor con unas pizzas y unas cervezas. En alguna de las pausas publicitarias previas al comienzo de la gala se nos ocurrió hacer una pequeña porra, digo pequeña porque fue simbólica, aunque el ganador se llevó lo mejor que se puede llevar uno: el reconocimiento de los demás miembros de nuestra pequeña familia. Cuando todo esto sucedía ninguno de nosotros fue consciente de que estábamos creando una tradición. Ya teníamos un bar de siempre, donde cenamos los tirabuzones de pollo con roquefort de siempre. Ese bar nos une, forma parte de nosotros, hemos compartido muchísimos momentos en él y siempre que alguno de nosotros pasa por delante o escucha a alguien mencionarlo, automáticamente nos viene a la cabeza nuestro pequeño grupo, nuestra familia. Es una forma de mantenernos unidos. Por muy lejos que estemos, o por mucho tiempo que pasemos sin vernos, siempre vamos a hacer la porra de los Goya, siempre vamos a quedar para cenar sin preguntar el lugar. Según va pasando el tiempo vamos añadiendo más tradiciones a nuestra lista. Ahora también hacemos la porra de los Oscars, intentamos irnos juntos de vacaciones al menos una vez al año, procuramos hacer un pique-nique en cualquier parque del mundo y hacemos vídeos de todo lo que compartimos. El primero que tenemos es de marzo de 2008 y el último de hace unas semanas. No me puedo imaginar las risas que nos vamos a echar dentro de veinte años cuando quedemos en alguna casa para ver todas esas horas de vídeo que vamos a tener. 

¡Qué bien que llegan los Goya!  A ver si gano este año... Deseadme suerte.


jueves, 3 de febrero de 2011

Alergia a la jubilación

Ayer estuve en el médico. Todos los años por estas fechas tengo que ir al alergólogo para que me haga las pruebas de la alergia. Y, como es costumbre, este año me ha vuelto a mandar que me vacune, bueno, que nos vacunemos. Porque siempre voy con mi padre, que también es alérgico, y mi madre, que nos hace el favor de acompañarnos. 

Lo que ocurre en la consulta se repite todos los años. Mi madre pide la cita. Vamos los tres a la consulta. Nos recibe una chica que no sonríe nunca y que trabaja en una mesa enana  que está pegada a la puerta de entrada de la consulta, vamos, casi casi en la escalera. (Sí, yo también entendí porque no sonríe nunca). La alumbra una luz tan amarillenta y tenue que no sé cómo no se ha quedado ciega de trabajar ahí. Nos pasa a una salita de espera que tiene unos sofás negros de cuero del año catapún y que levantan veinte centímetros escasos del suelo, en los que no te puedes sentar, sino que te tienes que tirar y que, según pasan los minutos, te van succionando. (Lo de los sofás incómodos da para rato, pero esa es otra historia).

 
Después de esperar un ratito nos llama la misma chica que nos ha recibido y nos pasa a la consulta. La consulta tiene aún menos luz que el pasillo, una mesa de ébano enorme, un ordenador de hace mil años, un mapamundi antiquísimo en la pared del fondo y, a la izquierda, una estantería llena de manuales de medicina. El médico siempre nos dice lo mismo: ¿Cómo pasasteis el año pasado? ¿Teneis algún síntoma? El año que viene tenéis que venir un poco antes. A lo que mi padre siempre responde lo mismo: ¿Cómo cuánto? Y él le dice: un mes. Este es el cuarto año que presencio esa conversación. Adivinad en qué fecha iremos el año que viene. 
 
Desde el año pasado las pruebas nos las hace él mismo. Antes nos las hacía un enfermero muy majo y muy cuidadoso. El médico no es que no sea majo, es que en lugar de pincharte como hacía el enfermero hace palanca con la lanceta (claro que ¿qué va a hacer con un instrumento que se llama así?), vamos que te pica en cada una de las gotitas del extracto y te destroza el brazo. Luego nos vuelve a mandar a la sala de los sofás carnívoros durante unos minutos hasta que el brazo parece haberse hartado de lacasitos y nos vuelve a llamar para ver el resultado. 


Todos los años tiene una muestra de arizonica que ha cogido unos días atrás metida en una bolsa de plástico. Ayer nos la enseñó de tan cerca que nos empezó a picar la nariz a todos, él incluido. También tiene siempre un gráfico con los niveles máximos alcanzados durante el año anterior y nos lo enseña siempre con mucho entusiasmo. Mientras nos cuenta todo esto nos echa un chorrillo de alcohol rebajado al 25% (rebajado con agua por él, cosa que siempre nos explica) para que se calme el brazo, a veces se enrolla tanto que tarda bastante en echarte el chorrillo y dan ganas de levantarte y echártelo tú mismo. 

El resultado de las pruebas es parecido todos los años. Al principio yo era un poco alérgica y a una sola cosa. Este año ya soy alérgica a las gramíneas, al plátano de sombra y a los gatos, y, me estoy empezando a hacer a los perros y a la arizonica. Mi padre es alérgico a la arizonica, las gramíneas y a los gatos. A él le ha dicho que si este año no nota muchos síntomas el año que viene no le vacuna. Y a mí me ha dicho que por la edad que tengo me iré haciendo alérgica a más cosas. Esto no me preocupa demasiado porque pueden pasarte cosas peores.


Cuando nos está haciendo las recetas con las que encargar las vacunas en la farmacia siempre nos cuenta alguna anécdota y, normalmente, eso le distrae y le hace equivocarse y tener que repetir las recetas, en una ocasión hasta en tres ocasiones. Este año no se equivocó ni una sola vez pero sí nos contó que él no quiere jubilarse. Que con los setenta y pico años que tiene trabajando en su consulta de lunes a jueves y sólo por las tardes está la mar de contento. Y más desde que el otro día un compañero de profesión que se ha jubilado hace poco le contó que está hundido. Nos contó que estuvo hablando con él por el mañana y que la familia del pobre hombre le humilla y le trata como a un mueble. Al parecer cuando llovía, el portero de la casa donde vive, le iba a buscar al coche con el paraguas y, desde que se ha jubilado, ni siquiera le da las buenas tardes. Ves, cosas peores pueden pasarte.