miércoles, 25 de enero de 2012

La bicicleta



Tenía una cuenta pendiente con la bici. Cuando era pequeña mi abuelo me regaló una. Era rosa, con cestito y flecos en el manillar. Me monté un par de veces y siempre con ruedines. Creo que nunca conseguí mantenerme sobre ella sin ayuda externa. Pero el pasado mes de junio, un día cualquiera, el de mi cumpleaños por ejemplo, lo conseguí: me mantuve sobre ella (sobre otra, claro, no sobre la rosa, qué vaya usted a saber en dónde estará). Fue en un pueblo de Segovia, avancé un par de metros hacia delante y otros tantos hacia atrás, eso sí, bajándome para girarla... Este mes de enero he hecho ya seis salidas con ella. Por una pista de tierra, con bachecitos, cuestas y hasta gente alrededor. Sólo ha habido que lamentar una caída que, afortunadamente, no acabó con ninguna parte de mi cuerpo malherida. Voy con casco y mallas, no suelto los frenos y, aunque disfruto de las bajadas, no puedo evitar poner cara de pánico, a veces incluso chillo. Hasta me he puesto de pie una vez. ¿Alguien os ha dicho alguna vez que la bici engancha? Pues es cierto. A cada ciclista que me he cruzado en estas semanas me han dado ganas de meterle una patada, tirarlo al suelo y robarle la bici. Obviamente aún estoy muy lejos de soltar el manillar como los del video. No suelto los frenos, como para soltar el manillar... ¿Os imagináis a alguien de mi edad aprendiendo a montar en bici? Sí, realmente es cómico, pero tan contenta que voy, oye. Eso sí, cuando me cruzo con alguien, me paro, me escondo, o toso fingiendo que estoy resfriada y que es por esto por lo que no puedo ir más rápido. Todavía tengo que familiarizarme con los chismes esos que al tocarlos hacen que cambien cosas y que te hacen pedalear más o menos rápido. ¿Quién podía imaginar que un invento tan simple podía llevar tantos cacharros? Que si palanca, que si horquilla, que si tija, que si piñones, que si cuadro...

martes, 17 de enero de 2012

Mastering the art of eating


Hoy he vuelto a ver la película de Julie y Julia. Es una película estupenda que incita a cualquiera a escribir un blog y más aún a ponerse a cocinar.  Y como en el blog ya escribí ayer, hoy he hecho pastas de mantequilla, mmm, ¡deliciosas!  
 
Este fin de semana he tachado una manía culinaria más de mi lista. Las anchoas eran alimentos non gratos para mi paladar. Pero su sabor en los espaguetis a la putanesca me ha hecho cambiar de opinión. Y para rematar mi madre hizo brownie de postre el domingo. Un brownie exquisito que acompañamos de una bola de helado de vainilla cubierta por chocolate caliente que al contacto con el helado se solidifica... ¿A qué no hay nada que reconforte más que un postre hecho por una madre?

Con esta nada repentina fascinación por la comida hoy he empezado a pensar en sabores o alimentos que detestaba de pequeña. No soportaba el tacto del kiwi  en el paladar y, en general, la fruta no me gustaba nada. Supongo que gracias a la lucha de mi madre ahora me gusta prácticamente toda la fruta. Este año he solventado mi odio hacia el plátano y el kiwi. Aunque conservo el del melón. También recuerdo que en mi casa tomaban de vez en cuando un muesli del herbolario que me parecía pienso y que intentaban hacer pasar por cereales, ese mismo muesli se ha convertido ahora en mi desayuno predilecto. Pero nada de leche o yogur, zumo de naranja natural. El mismo que hace años tardaba horas en beberme porque me daba un asco horrible su pulpa.  Nunca he sentido especial predilección por el pan y ahora me he convertido en toda una experta. Me sigue encantando el olor a café recién hecho pero no creo que jamás pueda beberme una taza. 

Como conclusión se puede pensar que no podemos saber nada con certeza acerca de nuestros gustos, que no debemos hacer otra cosa que probar y esperar. Vamos que el ser humano es Él y su paladar.

lunes, 16 de enero de 2012

¿Dónde está la nieve?


Esta nochevieja me la he pasado metida en la cama con un resfriado y con la mejor película para cualquier ocasión y más para esta, El apartamento. Escuché los fuegos artificiales y las campanadas de la televisión de los vecinos debajo del nórdico mientras C. C. Baxter y la Señorita Kubelik jugaban a las cartas.

He intentado varias veces en este último mes escribir algo y todas las veces ha ocurrido lo mismo. Abro el blog, le doy a “Nueva entrada”, observo el parpadeo del marcador, escribo dos o tres frases aburridas y sin ninguna gracia y según las termino de escribir las borro pensando que hoy tampoco estoy inspirada. No sé qué me pasa. Quizá sea porque esta novena campaña de navidad he trabajado sólo dos semanas. Quizá que, como venía un poco sin pilas por las clases, no tenía ni una gota más de energía creativa. O puede que haya influido el hecho de que en dos meses he pasado cinco resfriados, aunque nunca se sabe, igual es el mismo que se toma días de descanso. El último de ellos, -diagnosticado como “gripe estacional y faringitis” por dos médicos diferentes-, empezó el día 27 de diciembre, remitió pasado el roscón y hoy ha vuelto a manifestarse. Y no es que no me hayan pasado, como siempre, cosas divertidas en la librería. Por ejemplo, en el bus de vuelta a casa he coincidido dos veces con un señor que en principio parecía estar recortando un artículo que le interesaba del periódico con unas tijeritas diminutas y que resultó estar recortando todos los artículos del periódico con unos aires un tanto obsesivos; he vuelto a responder a esa pregunta maravillosa de “¿Dónde están los libros de verdad?” Porque ni la física, ni la filosofía, ni la política eran lo que ella buscaba. Claro que a pesar de tener gracia la pregunta yo no puedo evitar pensar lo mismo. Y es que, vamos a ver, si entras en una librería y las primeras estanterías que ves dicen “Espiritualidad”, “Seres mágicos”, “Ufología”, “Cristales energéticos”, yo también pensaría que es una librería con libros de mentira. He vuelto a tener el placer de que un cliente me escenifique lo que busca, el año pasado fue la cara de El Grito de Munch y este año ha sido la pose de la ardilla de la portada del libro Las ardillas de central park están tristes los lunes; he tenido también experiencias extrañas acerca de mi tatuaje, considerado por un chico -que no pudo evitar tocarlo- un símbolo satánico (imagínense mi cara); otra señora encantadora estaba segura de que le vendí un libro de cocina en el mes de octubre y quería que le recordase cuál fue; he confundido los títulos de Yo confieso de Jaume Cabré con En confianza, del que no haré ningún comentario; y ¿qué más? Ah, sí, la última que me ocurrió y la mejor de todas fue la de un hombre de unos cuarenta o cincuenta años que buscaba una biografía de un personaje sudamericano que no soy capaz de recordar “para regalar”. Él conocía dos. Una en la que no tenía ningún interés, porque decía que era malísima (de la que no había ejemplares) y otra, de la que nos figuraba un ejemplar en la base de datos. Encontré el ejemplar (glorioso momento ese de encontrar el único ejemplar que queda de algo) y me lo agradeció mucho de forma muy discreta pero agradable. Lo curioso fue que durante la búsqueda  me dijo mirando la chapa con mi nombre “¿Cuántas veces te habrán dicho eso de ¿Quién me dijera, Elisa, vida mía…?" Me quedé perpleja, me sonrojé y él me recomendó leer el soneto de Garcilaso. Así da gusto ¿verdad?

Quizá no sean sólo las ardillas las que están tristes los lunes. Hoy es el Blue Monday ese del que hablan. Quizá por eso hoy me están saliendo más de dos líneas seguidas. No, definitivamente es porque empiezo exámenes el lunes.

lunes, 9 de enero de 2012

Sistema educativo