miércoles, 21 de diciembre de 2011

El matrimonio y sus similitudes

"Anatoli, en cambio, era mi mejor amigo. El mejor de los compañeros. Habíamos empezado una nueva relación como compañeros de escalada y nos parecía natural emparejarnos en nuestras expediciones y en la preparación de nuestros proyectos futuros. Cuando pienso en la fuerza que nos unía, me sorprende que sólo nos conociésemos desde hacía 14 meses. Las cosas en común, la similitud de ideas y la relación que teníamos eran más bien las que se tienen entre dos hermanos o amigos de la infancia."
Estrellas en el Annapurna de Simone Moro

Un matrimonio a la izquierda y dos pedazo de hombres a la derecha, Simone Moro y Anatoli Bukreev.

Hoy por la mañana hice la maleta a todo correr, cargué con ella a cuestas y emprendí mi camino habitual a clase. ¡Vaya cuestas! Estos tres meses de clase han acabado con un examen de fonología que me va a provocar pesadillas durante todas las fnacaciones. Lo sé, sé que voy a tener a Trubetzkoy, Lapesa, Mosterín y Martínez Celdrán hasta en la sopa. Y como lo sabía me cogí de casa la semana pasada, la del puente, el libro de Simone Moro, mi primera lectura por placer de estos meses. Lo devoré en el tren, después de haberme comido un hornazo charro de jamón y queso (el primero desde mi llegada, eh). El otro día oí que los buenos cocineros no pueden cocinar con el estómago vacío porque todo les sabría a gloria. Así que si con el estómago lleno, las palabras de Simone fueron mejores que cualquier plato gourmet, puedo asegurar que la lectura no decepcionaría ni a Ratatouille. Me he reservado el último mordisco para esta noche. De vuelta en Madrid, en esta cama que tanto echo de menos en Salamanca, remataré la lectura y seguro que me quedo con ganas de más. 

Para que no suene todo tan idílico me he cogido el segundo resfriado de la temporada y como el examen fue un desastre y salí en cuarenta minutos, estuve dos horas esperando en la estación, ¡menos mal que hacía sol! Y menos mal que los otros dos exámenes que he hecho los he aprobado.  El viaje en tren fue más tranquilo de lo habitual, casi todo el mundo durmiendo. Sólo se escuchaba la conversación de un matrimonio de unos setenta años. Iban metiéndose con toda la familia, probablemente con la que estaban a punto de reunirse. Algunos de los comentarios que hacían tenían gracia. Se bajaban en la misma parada que yo y cuando me miraron al levantarme, sus miradas despertaron tanto interés en mí que no pude evitar seguir con la oreja pegada.

Él: Mira, mira, hay que levantarse ya.
Ella: No, no, cuando lo anuncien que da tiempo de sobra.
Él: Ya, ya lo sé, si no he dicho nada.
(Mientras yo cogía la maleta)
Él: Habría que ir levantándose.
Ella: Que no hombre, que no, que cuando lo anuncien da tiempo de sobra.
Él: Que ya, que ya lo sé.
Ella: ¿No quieres aprovechar para hacer pis?
Él: No, no, cuando lleguemos. No tengo ganas todavía.
(Suena la megafonía infernal: "Señores viajeros tren con destino Madrid Chamartín, próxima parada..." Se levantan y se ponen a mi lado en la puerta que, casualmente, está al lado de la puerta del baño.)
Él (mirando el cartelito de WC como un niño pequeño): Voy a hacer pis un momento.
Ella: Ni hablar, que va a parar ya, hombre, Jesús, que siempre haces lo mismo.
Él: Que no me aguanto, no tardo nada, ya verás.
(Como no es el final del trayecto el tren para sólo unos minutos y continúa su trayecto. Ya he visto a más de uno con poco salero que se iba a bajar en Ávila y acabó en Peñaranda de Bracamonte.)
Ella (mientras él estaba en el baño): Hay que joderse. -Seguro que mi buena amiga le diría a Simone algo así como "¿Hermanos? ¿Amigos de la infancia? Sí, sí, tú estate casado con alguien durante 46 años y verás la similitud de ideas por donde te la pasas"-.

viernes, 2 de diciembre de 2011

¡Por allí resopla!









En esta ciudad hay una calle que popularmente se conoce como la calle de los tres coños, no sé cuál será su nombre oficial. Pero es totalmente cierto que cuando pasas por ella en esta época del año no puedes evitar decir coño qué frío, coño qué alto, coño qué bonito. Tengo que pasar por ella dos veces al día, cuatro los jueves. Es una calle muy estrecha que bordea la catedral y que está en cuesta. Se forman unas corrientes de aire que ya las quisiera para sí el Capitán Ahab. Así que ver paraguas volando sin dueño es de lo más habitual. Cuando le pasa a uno, no tiene ninguna gracia, pero ver a los afortunados dueños que no lo han perdido todavía, arrebatado por las tempestades de los tres coños, luchando para ponerlos del derecho, aferrándose a ellos como si fueran un tesoro, además de ser divertidísimo, siempre me trae el recuerdo de la escena de Mary Poppins en la que el Señor Banks pierde los papeles y recobra la cordura en aquel despacho del banco. Mucho me temo que esta misma calle con las nevadas y sus consecuentes heladas invernales ha sido el lugar donde se rodaban las caídas de videos de primera. Menos mal que el programa desapareció y que yo tengo ya una mínima experiencia en lo que a crampones respecta –ya falta poco para sacaros del armario, lo prometo-. Otro día os hablo de los chochos charros, por hoy vais servidos de “genitalidades”.

Mención especial a una compañera bloguera que me ha descubierto una página para hacer cosas como las de la foto. ¡Gracias!