sábado, 23 de julio de 2011

Madrid de cine

Atardecer en Chiclana

"Hay recuerdos no localizados, no fechados, sin espacio ni tiempo. Son los mejores, quizá. Pero otros se adhieren a un lugar o un número o nombre fuertemente. Yo no soy fetichista de sitios ni días, pero hoy, Katherine, al irme de aquí, no es sólo tu recuerdo total, vasto, ilimitado, el que me domina, sino tu recuerdo de aquí, hecho fecha y lugares y gestos."
Fragmento de una carta de Pedro Salinas a Katherine Whitmore desde Santander, el 10 de setiembre [de 1933]

Después de un merecido descanso en Chiclana, y para no hacer la vuelta a los calores de Madrid tan traumática, ayer me reservé el día para mí. Por la mañana hice algunas tareas pendientes y a eso de las tres comí un riquísimo gazpacho con un poco de pavo -¿Qué más se puede comer en verano?- y, de postre, sandía fresquita. Por la tarde tocaba sesión de cine ¡por fin! No recuerdo cuál fue la última que fui a ver y eso no me gusta nada. Cogí la mochila y me encaminé hacia la parada del bus. No había nadie, mala señal, pensé, no pasa nada, como mucho quedarán diez minutos para que pase el próximo autobús. No se me pasó por la cabeza que este año la compañía de autobuses que presta servicio en este santo municipio hubiera ampliado el horario de agosto, convirtiéndolo en horario de verano. Diez, quince, veinte, treinta, cuarenta minutos tardó en llegar. Salí de casa recién duchada, pero después de cuarenta minutos a pleno sol parecía que me había venido desde Chiclana hasta Madrid corriendo. No pasa nada, volví a pensar, nada ni nadie me va a fastidiar mi actitud positiva. Ya no llegaba a la primera sesión hiciera lo que hiciera, así que me fui andando desde Moncloa hasta Plaza de España, donde compré la entrada para ver la última de Woody Allen, glorioso placer esta cita anual con él. Me gusta ir al cine, me gusta ir sola y me encanta recordar la escena de Peretti en No sos vos, soy yo cada vez que compro la entrada.

Plaza de Oriente
Aún me quedaba una hora y media por delante. ¿Qué podía hacer? Porque sí, me gusta ir al cine sola. Pero pasear sola, leer sola o tomar algo sola, es otra cosa. La última opción estaba totalmente descartada. No sólo porque acababa de comer, sino porque no me siento capaz aún. Y digo aún porque algún día tendré que hacerlo, digo yo. Al final me decidí por una mezcla de las dos primeras, un paseo desde la Plaza de los Cubos, por detrás de Plaza de España, hasta los jardines de la Plaza de Oriente, donde me refugié en un banco a la sombra, con mi botella de agua y me puse a leer el libro de las cartas arriba mencionadas. Desde que me puse a andar hasta que volví al cine, sobre las seis, me pareció estar en otra ciudad, una mucho más bonita, más limpia y más vacía, sólo hubiera estado más bonita aún con las hojas por el suelo crujiendo como pan recién tostado y con la luz de un atardecer cualquiera de otoño. A la salida del cine fui dando otra vuelta hasta Moncloa, esta vez por el Templo de Debod, Rosales y el Paseo de Moret. Con escenas de la película en la cabeza. Dándome cuenta, una vez más, de que todo lo que me pasa le pasa a los demás, nada de lo que siento o pienso es sentido o pensado por primera vez. Lo cual es un consuelo, me hace sentir menos sola. ¿O será esto como el Show de Truman? Como se nota que saben ustedes que me da miedo nadar por donde no hago pie y así nunca llegaré al cielo de cartón piedra. ¿Qué otra época fue mejor para ti? ¿A qué pensabas que iba a preguntar el por qué de querer lo que no tenemos?

lunes, 11 de julio de 2011

La maldita filosofía


Nunca falla. Sujetas la bolsita sobre la taza, la observas durante unos segundos y cuando parece que ya no gotea, la llevas hacia un lugar cualquiera -en este caso hacia la taza de la infusión que me tomé la noche anterior, taza que debería estar en el lavavajillas, lo sé. Pero se quedó en la mesa para hacer compañía a la taza de anteayer... Sí, también lo sé, desastroso, pero esto de trabajar los fines de semana me ha “agudizado” el ingenio y ha provocado que me tome al pie de la letra lo de economizar esfuerzos.- Where was I? Ah, ya. Pues justo en ese segundo va y, ZAS, la endiablada bolsita de té gotea sobre el libro que estaba entre ambas tazas. Al principio pensaba que era como lo de la tostada, lo de la ley del Murphy ese. Pero me he dado cuenta de que no, para nada. Lo de la tostada no depende de uno mismo. Sin embargo todo esto se podría haber evitado si me hubiera tenido que esperar a que se hiciera la infusión en la cocina, para dejar la bolsita en la basura, porque en mi habitación no tendría dónde tirarla. Pero como sabía que tenía dos tazas... ¿Diez líneas para esto? -¿Cuántos habéis parado para contarlas? ¿Alguno las iba contando a la vez que leía? ¡Qué coño! Si no lee nadie-.

Pues eso, Nadie, que menos mal que ayer fue mi último día de compaginar el trabajo en la librería los fines de semana con la academia, porque como ves empezaba a correr un grave peligro de acabar rodeada de basura y cacharros, por no hablar de mi seguridad. Ayer, al entrar a trabajar, casi me caigo rodando escaleras abajo, fue de lo más cómico, desde fuera, eso sí, porque desde dentro tuve esa sensación de “voy a morir, esto es el fin”. Milagrosamente mis brazos estaban más despiertos que mis piernas y se lanzaron al pasamanos para salvarnos. Hoy lo único que me ha mantenido despierta en el bus de camino a casa ha sido El sendero en el bosque. Si no llega a ser por Tiburius me voy hasta el infinito y más allá. Y luego a ver quién es el listo que vuelve. Que conste que no me quejo de la falta de tiempo, ni de los madrugones, ni de los clientes -JÁ-. Al revés, ya sabes que la rutina tiene algo que me motiva, durante cortos periodos de tiempo, eso sí. Nada de treinta y cinco años seguidos, hombre, por favor.

Esta última visita a la librería me ha proporcionado algunos momentos gloriosos, de esos difíciles de contar y aún más difíciles de escribir. Pero como Nadie es nadie no pasa nada si no le hace gracia. No contaré nada sobre mi obsesión con cambiarle la nacionalidad a Saramago. Ni hablaré del día que recogí un montón de libros de encima de una mesa, los puse cada uno en su sitio, incluidos los de otras plantas. Y cuando volví a mi zona me preguntó un cliente: “¿Has visto unos libros que había ahí? Es que los he dejado hace unos minutos y, entre los que iba a comprar, había uno que acababa de comprarme en el Vips”. Nunca he tardado menos en bajar una planta, coger un libro y volver a subir. He encontrado dignos rivales a los clientes de la zona de esoterismo, los de la novela romántica, ¡madre mía! Sin palabras. Ah, y nunca he dicho tantas veces en mi vida una frase. R. R. Martin ha conseguido desbancar a los entrañables y monótonos "En la primera planta" y "En la quinta planta" juntos. Vaaale, lo digo una última vez “Agotado, sólo tenemos el primero y el último, el segundo nos llegará a partir del día 19 y del tercero no sabemos nada”.

viernes, 1 de julio de 2011

Primeras de primer


Lo que es y será: Caliza. Frota-Frota, Preescolar y Parvulitos. 

Lo que fue: El olor a galleta de la fábrica de Gullón. El ruido de la cuerda al caer. Las cerezas. La ducha en un columpio en mitad del pueblo. Las canciones de Led Zeppelin al atardecer. Las agujetas en los brazos. Los prados y las vacas. Las infusiones calentitas. Las hogazas de pan. La ropa interior secándose en la ventanilla. Los pañuelos de dibujos.