lunes, 11 de julio de 2011

La maldita filosofía


Nunca falla. Sujetas la bolsita sobre la taza, la observas durante unos segundos y cuando parece que ya no gotea, la llevas hacia un lugar cualquiera -en este caso hacia la taza de la infusión que me tomé la noche anterior, taza que debería estar en el lavavajillas, lo sé. Pero se quedó en la mesa para hacer compañía a la taza de anteayer... Sí, también lo sé, desastroso, pero esto de trabajar los fines de semana me ha “agudizado” el ingenio y ha provocado que me tome al pie de la letra lo de economizar esfuerzos.- Where was I? Ah, ya. Pues justo en ese segundo va y, ZAS, la endiablada bolsita de té gotea sobre el libro que estaba entre ambas tazas. Al principio pensaba que era como lo de la tostada, lo de la ley del Murphy ese. Pero me he dado cuenta de que no, para nada. Lo de la tostada no depende de uno mismo. Sin embargo todo esto se podría haber evitado si me hubiera tenido que esperar a que se hiciera la infusión en la cocina, para dejar la bolsita en la basura, porque en mi habitación no tendría dónde tirarla. Pero como sabía que tenía dos tazas... ¿Diez líneas para esto? -¿Cuántos habéis parado para contarlas? ¿Alguno las iba contando a la vez que leía? ¡Qué coño! Si no lee nadie-.

Pues eso, Nadie, que menos mal que ayer fue mi último día de compaginar el trabajo en la librería los fines de semana con la academia, porque como ves empezaba a correr un grave peligro de acabar rodeada de basura y cacharros, por no hablar de mi seguridad. Ayer, al entrar a trabajar, casi me caigo rodando escaleras abajo, fue de lo más cómico, desde fuera, eso sí, porque desde dentro tuve esa sensación de “voy a morir, esto es el fin”. Milagrosamente mis brazos estaban más despiertos que mis piernas y se lanzaron al pasamanos para salvarnos. Hoy lo único que me ha mantenido despierta en el bus de camino a casa ha sido El sendero en el bosque. Si no llega a ser por Tiburius me voy hasta el infinito y más allá. Y luego a ver quién es el listo que vuelve. Que conste que no me quejo de la falta de tiempo, ni de los madrugones, ni de los clientes -JÁ-. Al revés, ya sabes que la rutina tiene algo que me motiva, durante cortos periodos de tiempo, eso sí. Nada de treinta y cinco años seguidos, hombre, por favor.

Esta última visita a la librería me ha proporcionado algunos momentos gloriosos, de esos difíciles de contar y aún más difíciles de escribir. Pero como Nadie es nadie no pasa nada si no le hace gracia. No contaré nada sobre mi obsesión con cambiarle la nacionalidad a Saramago. Ni hablaré del día que recogí un montón de libros de encima de una mesa, los puse cada uno en su sitio, incluidos los de otras plantas. Y cuando volví a mi zona me preguntó un cliente: “¿Has visto unos libros que había ahí? Es que los he dejado hace unos minutos y, entre los que iba a comprar, había uno que acababa de comprarme en el Vips”. Nunca he tardado menos en bajar una planta, coger un libro y volver a subir. He encontrado dignos rivales a los clientes de la zona de esoterismo, los de la novela romántica, ¡madre mía! Sin palabras. Ah, y nunca he dicho tantas veces en mi vida una frase. R. R. Martin ha conseguido desbancar a los entrañables y monótonos "En la primera planta" y "En la quinta planta" juntos. Vaaale, lo digo una última vez “Agotado, sólo tenemos el primero y el último, el segundo nos llegará a partir del día 19 y del tercero no sabemos nada”.

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