Acabo el 2010, y empiezo el 2011, con tres días libres: hoy, mañana y pasado. Ya era hora porque, madre mía, se me había olvidado lo cansado que es trabajar. La verdad es que el trabajo en sí no está mal y los compañeros son majos. Pero las navidades en el centro son una locura. No son tan brutales como hace años cuando había tanta gente que los de seguridad cerraban las puertas de entrada y hasta paraban las escaleras mecánicas. Pero sigue siendo agobiante, ya no durante todo el día, sólo durante las "horas puntas", que son esos momentos en los que tardas diez minutos en atravesar diez metros de la librería y todos los clientes con los que te cruzas tienen "una pregunta rápida" que hacerte y, al final, te conviertes en la locomotora de un tren humano hecho de clientes que vas dejando estacionados a cada lado.
Resulta imposible olvidarse de las fechas en las que estamos, no sólo por la cantidad de gente sino también por el vestuario de algunos de los clientes. Vienen con las características pelucas o tocados navideños y es, en ese momento, cuando resulta tremendamente difícil indicarle a alguien donde puede encontrar los libros de sociología porque no sabes si mirar a los ojos del cliente o a los del reno que lleva en la cabeza. Otros son majos, incluso agradables: te saludan, se despiden, dan las gracias, hacen bromas, te desean feliz año y si perciben que estás cansado, te dan animos para la tarde o, como me ha ocurrido en los últimos cuatro días, cuando han visto que estaba resfriada ¡hasta me han dicho "que te mejores"! Lo cual alegra y hace olvidar a los que no saludan, no dan las gracias, no se despiden y, encima, se enfadan por cosas sin sentido. El otro día, por ejemplo, un señor quería ver juntos todos los libros que tiene publicados una editorial que se llama Reino de Redonda y no le entraba en la cabeza que nuestra librería no estuviera ordenada por editorial sino por temática, a lo que él concluyó "pues vaya mierda y gracias por nada, eh". Me dieron ganas de decirle alguna barbaridad pero me corté, por educación, claro, y sólo me imaginé a mi misma diciéndole muy educadamente: "Oiga, mire, seleccione los títulos que le interesen, vuelva cuando los tenga y yo se los busco encantada de la vida". Y no, no voy a mencionar nada más al respecto. Aunque sí, yo también creo que el cliente en cuestión era un toca pelotas enviado especialmente por mi gran amigo el señor Marías que, según tengo entendido, no está muy contento con lo que escribo sobre él.
No puedo obviar al tercer grupo de clientes, no son ni los majos ni los no majos. Este grupo es el que causa asombro entre los vendedores del mundo entero, no sólo de los libreros, sino de los vendedores de cualquier gremio. Son los que provocan que tengamos anécdotas para parar un tren. Se trata de los ... , no, no puedo, no sé cómo llamarlos. Son aquellos que no saben nada. Algunos, por ejemplo, quieren un libro del que sólo saben que es azul y que habla de algo que tuvo mucho éxito pero no saben exactamente si es novela o ensayo, si es una novela policíaca o un texto filosófico y, por supuesto, ni hablamos de título, autor o editor. Dentro de este grupo también están los que escenifican lo que buscan. Son buenísimos y nos hacen pasar momentos imborrables. El otro día un chico buscaba un libro con la obra de un pintor "del que sólo sé que tiene un cuadro que es así" y, ni corto ni perezoso, se puso las manos a ambos lados de la cara con la boca abierta haciendo El Grito de Munch sin esperar ni siquiera una propina a cambio, que digo yo que es lo mínimo que les debemos porque es como si los mimos del Parque del Retiro vinieran a casa gratis. Todos ellos me enternecen, me sorprenden, pero me enternecen y nos ayudan a reírnos siempre, nunca a su costa, eso sí. Son tan variopintos que pueden ser de todas las edades y sexos y, si sabes manejarlos, consigues hasta que ellos mismos se reían y decidan ir a investigar por su cuenta y volver con más datos en otro momento. Lo sorprendente es que en algunos casos no es necesario, en algunos casos averiguamos lo que quieren. Por imposible que parezca, a veces, damos con el libro en cuestión. Nos lo ponen difícil porque cambian los títulos, mezclan los autores y juran y perjuran que lo vieron en una sección que finalmente nunca corresponde con la que es en realidad. Y cuando eso sucede, cuando lo conseguimos, lo conseguimos juntando las neuronas de tres o cuatro vendedores, eso sí, y todos, vendedores y clientes, quedamos enormemente satisfechos.
También estamos nosotros, los vendedores, que muchos somos para echarnos de comer a parte. Algunos somos bordes, otros ni miramos a los ojos y, a veces, incluso hasta estamos cansados, vamos que todos somos humanos: ellos y nosotros. A veces les indicamos que lo que buscan está en una planta y una hora después te vuelves a cruzar con él y te dice "hija, llevo una hora dando vueltas, nadie sabe donde está lo que busco y estoy ya mareada de subir y bajar". Esto en el caso de la gente maja, lo que dicen los que no son majos en estas circunstancias no lo quiero, ni puedo, reproducir, ya me entendéis. Y digo que somos también para echarnos de comer a parte porque yo, por ejemplo, el otro día me pase toda la tarde con los oídos taponados por culpa de mi estupendo resfriado y, claro, no sabía si hablaba muy alto o muy bajo pero lo que estaba claro es que a los que me venían a preguntar algo y me hablaban bajo no les oía nada porque a un pobre chico le pedí que me confirmara si el Thomas de "Rey Thomas" del título que me indicaba se escribía con "Th" o con "T". Cuando lo que él buscaba era Rizoma. Enunciado matemático: Rizoma + oídos taponados = Rey Thomas de Deleuze, de toda la vida de Dios. Menos mal que luego le encontré a la primera otros dos libros que buscaba del mismo autor e hicimos bromas al respecto de mi confusión y, de paso, del color de mi nariz.
En definitiva, con humor, paciencia y tranquilidad nada de todo lo que pasa en la tienda resulta tan grave y, al final del día, llegas a casa y descansas como un bendito. Bueno, la mayoría de nosotros, porque unos niños que fueron con su madre a comprar las lecturas graduadas que les habían mandado de deberes para leer en las vacaciones no sé yo si durmieron esa noche tan tranquilos. La situación fue la siguiente, estábamos una compañera y yo en el punto de información, yo buscaba los títulos de inglés para los hijos de dicha señora ante la atenta mirada de los tres (ella y sus dos hijos de unos 6 y 8 años). Mientras mi compañera buscaba un libro para otra señora. El libro que buscaba mi compañera se nos había terminado y le indicó que se lo podíamos encargar y, ¡en qué momento!, la señora preguntó, sin percatarse de la presencia de los menores: "¿Cuánto tardaría en llegar? Porque lo quiero para un regalo de Reyes y si no llega no me interesa". Los niños lo oyeron y pusieron un gesto extraño. Confiemos en que la madre ejerciera sus funciones a la perfección y fuera capaz de salir del embolao airosa y que los niños puedan seguir creyendo, al menos un año más, en los Reyes porque sino el año que viene tendremos otros dos clientes más que vendrán a por sus propios regalos y los niños son mucho más exigentes que los mayores.
PObres niños....
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