miércoles, 1 de diciembre de 2010

La importancia de un billete

Ayer tuve mi primer examen. Me levanté temprano y, como todos los días, conecté el ordenador para mirar el correo electrónico, léase para perder un poco el tiempo por la red, antes de empezar a repasar. Cuando estaba conectándome al Facebook se jodió Internet. MIERDA. Tuve que hacer la llamada pertinente al servicio técnico donde te responde un contestador con reconocimiento de voz que te pide que le expliques cual es el motivo de la llamada, la primera vez siempre le dices con tono normal, con el mismo con el que le hablarías a un operador: “Avería”. La máquina te dice muy educadamente que no te entiende y tú le repites con el mismo tono pero vocalizando más: “A-ve-rí-a”. La máquina te vuelve a decir: “No le hemos entendido, repita por favor”. Y tú dices dos cosas, la primera, antes del tono: "Me cago en la puta”. La segunda, después del tono, y a voz en grito: “A-VE-RÍ-Í-Í-A”. Ahí si te ha entendido, fíjate tú, pero te dice: "Le hemos entendido que tiene una avería, indíquenos por favor si la avería está en la conexión a Internet, en la línea de teléfono o en la televisión". Lo primero que piensas es cómo coño iba a tener averiado el teléfono si les estoy llamando desde el puto te-lé-fo-no. Dices Internet y te dicen: “Hemos detectado que hay un problema de conexión con su línea, nuestros técnicos ya están trabajando para solucionarlo” y te cuelgan. Gracias a la falta de Internet aproveché la mañana como ningún otro día y me concentré tanto que cuando volví a mirar el reloj ya era la hora de salir de casa. Como siempre cuanta más prisa tienes peor te salen las cosas. Mi madre siempre me decía aquello de "Vísteme despacio que tengo prisa" y como no lo llegué a entender nunca siempre lo hago todo en el último momento, así que cuando estaba llegando a la estación de tren me di cuenta de que me había dejado el DNI. Tuve que desandar mis pasos a todo correr  para dos minutos después, claro, correr más para no perder el tren y no llegar tarde al examen. Estuve a punto de perder un pulmón por el camino, no lo perdí, creo que debió darse cuenta de que fuera hacía demasiado frío como para ponerse a hacer autoestop.

Cogí el tren por los pelos y, mientras recuperaba el aliento y echaba un vistazo a mi alrededor, me di cuenta de que el vagón iba practicamente vacío. Tenía sentada enfrente a una chica de unos trece años que iba escuchando música y, a mi derecha, al otro lado del pasillo, un par de personas más. Cuando llegamos a la siguiente estación se subió en nuestro vagón el revisor. Se acercó hasta nosotros, nos saludó y nos pidió los billetes. Se los fuimos dando uno por uno, yo le entregué mi abono y, por último, la chica le entregó el suyo. El revisor le hizo un gesto para que se quitara los cascos y le llamó la atención diciéndole que era el billete de diciembre, que si no tenía el de noviembre, que estábamos a día 30. La chica se puso nerviosa, se sonrojó y con un hilillo de voz le dijo que lo debía de tener en casa, que no se había dado cuenta de que estábamos en noviembre todavía. El revisor, con mucho tacto, le dijo que no se preocupara, pero que tenía que tomarle nota del número de abono para hacer no sé qué comprobaciones porque era como si estuviera viajando sin billete. La chica primero hizo pucheros intentando contenerse y luego se puso a llorar angustiada. El revisor sorprendido por la reacción de la que en ese momento se convirtió en su hija, intentó tranquilizarla  y repetía "No te preocupes, no te pongas así, que no pasa nada". A los demás se nos puso cara de tontos. Y yo no pude evitar pensar la cantidad de veces que habré llorado por cosas que no tenían ninguna importancia. La cantidad de angustias bobas que  habré pasado durante esa edad en la que cosas tan tontas me parecían un mundo y recuerdo que lo pasaba fatal porque todo se me hacía inabarcable. Ahora, echando la vista atrás, me doy cuenta de que no eran importantes, y no puedo evitar pensar que, por lo tanto, las cosas que ahora me preocupan y angustian, dentro de diez años no lo harán y así sucesivamente, de forma que aunque esto no me hace saber lo (poco) que sabré dentro de veinte años, sí que me da fuerzas suficientes como para tomarme todo con un poquito más de humor. Y así, con unas cuantas preocupaciones menos en mi cabeza y con el abono en el bolsillo, creo que bordé el examen, a ver que dicen las notas.

1 comentario:

  1. "Ahora, echando la vista atrás, me doy cuenta de que no eran importantes, y no puedo evitar pensar que, por lo tanto, las cosas que ahora me preocupan y angustian, dentro de diez años no lo harán..."

    Sólo una cosita: NI DE COÑA :)

    ResponderEliminar