miércoles, 16 de febrero de 2011

Los datos empíricos

No tenía grandes expectativas para el fin de semana. Lo malo que tiene haber hecho cosas geniales el fin de semana anterior es que, por mucho que lo intente, el fin de semana próximo no tiene nada que hacer; está predestinado a ser un fin de semana de pacotilla. ¿Qué sentido tiene escribir una entrada en el blog sobre un fin de semana mediocre? ¿De qué se habla cuando no pasa nada? No tengo ni idea, la verdad. Sólo se me ocurre empezar por el principio. 

Era sábado por la mañana. Estaba en la cama, recién despierta pero más bien dormida. La persiana hasta abajo y la puerta cerrada para que no entre ni un sólo ruido, para que no se cuele la luz. Pipipipipi... Y el despertador venga a sonar ¡Qué pereza! Sólo tengo una cosa que hacer: estudiar. Y es lo último que me apetece hacer. Quiero subir a la montaña otra vez. Quiero sentir frío en las manos, escuchar el tintineo de los mosquetones al moverme, colgarme de una cuerda, andar y subir y parar y seguir y llegar, llegar y parar y que me tiemblen un poco las piernas del cansancio. Y bajar y andar y seguir y pensar en la ducha calentita que me voy a dar al llegar a casa. Y en su lugar lo que me espera son dos traducciones: un fragmento de los discursos de Lisias y un fragmento de no sé qué de Julio César, el Gótico y el Renacimiento y, para acabar, el plato fuerte, Hume, Kant, Rousseau, Marx y la madre que los parió.

No sé muy bien cómo pero al final me levanté. Y no sólo me levanté el sábado, sino que el domingo también, ¡qué remedio! Me consuelo pensando que va a ser el último año y que las montañas no se van a ir. Que van a esperarme para siempre. Eso me reconforta. Me gusta que me esperen para siempre. Pocas cosas te esperan tanto, así que, para que nunca se me olvide, me he hecho una lista de las cosas pacientes. Mis cosas pacientes son las montañas y las películas. Siempre voy a ambas como el que va por primera vez, incluso cuando son viejas conocidas voy con el mismo entusiasmo y el mismo respeto. Y ellas me devuelven el gesto, me guiñan el ojo y me hacen ver y sentir cosas que no había visto antes.


Ese fue mi fin de semana. Horas y horas con las traducciones, las características y los contextos intercaladas con viejas conocidas. Para compensar una cosa con la otra nada mejor que acudir al mejor, al maestro, a Billy Wilder. Esta vez las viejas conocidas fueron: The Fortune Cookie y Avanti! que en este país se llaman: En bandeja de plata y ¿Qué ocurrió entre tu padre y mi madre? Vaya usted a saber por qué.

1 comentario:

  1. Me gusta tu blog! la forma en la que describes todo, tanto que incluso olvide hacer mi tarea;saludos.

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