jueves, 3 de febrero de 2011

Alergia a la jubilación

Ayer estuve en el médico. Todos los años por estas fechas tengo que ir al alergólogo para que me haga las pruebas de la alergia. Y, como es costumbre, este año me ha vuelto a mandar que me vacune, bueno, que nos vacunemos. Porque siempre voy con mi padre, que también es alérgico, y mi madre, que nos hace el favor de acompañarnos. 

Lo que ocurre en la consulta se repite todos los años. Mi madre pide la cita. Vamos los tres a la consulta. Nos recibe una chica que no sonríe nunca y que trabaja en una mesa enana  que está pegada a la puerta de entrada de la consulta, vamos, casi casi en la escalera. (Sí, yo también entendí porque no sonríe nunca). La alumbra una luz tan amarillenta y tenue que no sé cómo no se ha quedado ciega de trabajar ahí. Nos pasa a una salita de espera que tiene unos sofás negros de cuero del año catapún y que levantan veinte centímetros escasos del suelo, en los que no te puedes sentar, sino que te tienes que tirar y que, según pasan los minutos, te van succionando. (Lo de los sofás incómodos da para rato, pero esa es otra historia).

 
Después de esperar un ratito nos llama la misma chica que nos ha recibido y nos pasa a la consulta. La consulta tiene aún menos luz que el pasillo, una mesa de ébano enorme, un ordenador de hace mil años, un mapamundi antiquísimo en la pared del fondo y, a la izquierda, una estantería llena de manuales de medicina. El médico siempre nos dice lo mismo: ¿Cómo pasasteis el año pasado? ¿Teneis algún síntoma? El año que viene tenéis que venir un poco antes. A lo que mi padre siempre responde lo mismo: ¿Cómo cuánto? Y él le dice: un mes. Este es el cuarto año que presencio esa conversación. Adivinad en qué fecha iremos el año que viene. 
 
Desde el año pasado las pruebas nos las hace él mismo. Antes nos las hacía un enfermero muy majo y muy cuidadoso. El médico no es que no sea majo, es que en lugar de pincharte como hacía el enfermero hace palanca con la lanceta (claro que ¿qué va a hacer con un instrumento que se llama así?), vamos que te pica en cada una de las gotitas del extracto y te destroza el brazo. Luego nos vuelve a mandar a la sala de los sofás carnívoros durante unos minutos hasta que el brazo parece haberse hartado de lacasitos y nos vuelve a llamar para ver el resultado. 


Todos los años tiene una muestra de arizonica que ha cogido unos días atrás metida en una bolsa de plástico. Ayer nos la enseñó de tan cerca que nos empezó a picar la nariz a todos, él incluido. También tiene siempre un gráfico con los niveles máximos alcanzados durante el año anterior y nos lo enseña siempre con mucho entusiasmo. Mientras nos cuenta todo esto nos echa un chorrillo de alcohol rebajado al 25% (rebajado con agua por él, cosa que siempre nos explica) para que se calme el brazo, a veces se enrolla tanto que tarda bastante en echarte el chorrillo y dan ganas de levantarte y echártelo tú mismo. 

El resultado de las pruebas es parecido todos los años. Al principio yo era un poco alérgica y a una sola cosa. Este año ya soy alérgica a las gramíneas, al plátano de sombra y a los gatos, y, me estoy empezando a hacer a los perros y a la arizonica. Mi padre es alérgico a la arizonica, las gramíneas y a los gatos. A él le ha dicho que si este año no nota muchos síntomas el año que viene no le vacuna. Y a mí me ha dicho que por la edad que tengo me iré haciendo alérgica a más cosas. Esto no me preocupa demasiado porque pueden pasarte cosas peores.


Cuando nos está haciendo las recetas con las que encargar las vacunas en la farmacia siempre nos cuenta alguna anécdota y, normalmente, eso le distrae y le hace equivocarse y tener que repetir las recetas, en una ocasión hasta en tres ocasiones. Este año no se equivocó ni una sola vez pero sí nos contó que él no quiere jubilarse. Que con los setenta y pico años que tiene trabajando en su consulta de lunes a jueves y sólo por las tardes está la mar de contento. Y más desde que el otro día un compañero de profesión que se ha jubilado hace poco le contó que está hundido. Nos contó que estuvo hablando con él por el mañana y que la familia del pobre hombre le humilla y le trata como a un mueble. Al parecer cuando llovía, el portero de la casa donde vive, le iba a buscar al coche con el paraguas y, desde que se ha jubilado, ni siquiera le da las buenas tardes. Ves, cosas peores pueden pasarte.

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